El mundo físico, tal como se lo concibe, produce un ruido ensordecedor para la mente. Desde que uno se encapsula en la carne, empieza la carrera por la supervivencia: comer, beber, hacerse amar, ganarse la vida.
Incluso los animales se preocupan por las necesidades más primarias. Es entonces, dentro de ese infernal ruido ambiental, en el cual los humanos supuestamente van a despertarse. Dicho ruido es una distracción de lo esencial, lo cual es inmaterial e imperecedero. Mis contemporáneos están perturbados por todos los movimientos y los objetos exteriores que brillan. Si al menos hubiese un medio justo entre lo interior y lo exterior, mas no lo hay. Aquí, en el occidente, todo es materia. Y bien, para mí la materia no existe; tengo la intuición profunda de ello respaldada por una multitud de experiencias místicas vividas.
Yo me deshago del concepto de la materia, por lo tanto, de la concepción ingenua que la materia es finita y que me es necesario trascenderla para ser libre. Para mí, que me siento infinito, la idea de que una parte de mí sea finita no tiene ningún sentido. ¿ Cómo podría yo vivir la no dualidad si, constantemente, una parte del universo me resistiría ? O si no podría hacerlo, por medio de un movimiento del ser, englobarla hasta el punto de unirme totalmente con ella. La creencia en la materia es absurda, es una mentira que beneficia a todos quienes desean que el humano permanezca esclavo.
Al pulverizar el muro de la materia, derribo todos los límites ilusorios que podrían ralentizar el desarrollo de mi pensamiento. Yo voy directamente hacia lo esencial. Ya me han dicho que sufro de una sequedad del alma y no lo niego. De hecho, mi intransigencia me sorprende a mí mismo por momentos. Mi vida social ya ha sido un desierto, mas es ese defecto lo que me da una velocidad sorprendente y hace de mí un hombre de espíritu. Al tener ya espíritu, no debería ser difícil para mí desarrollar mi alma durante mi vida terrenal. El alma me parece grosera en comparación al espíritu.
No tengo una muy buena opinión de mis contemporáneos y me preocupo poco de sus emociones. Aquello me ayuda a tener un pensamiento centrado sobre lo inmutable. Sus problemas (violencia, abuso, pobreza, cólera, etc.) son solamente el ruido de la materia a la cual me refiero. Un ruido ensordecedor para quienes son enfáticos, especialmente las mujeres que, por su gran sensibilidad se dejan engañar por los gritos de sufrimiento que son ilusorios cuando uno se ubica en el centro del ciclón.
Dentro del Gran Silencio reina una armonía alegre y absoluta. ¡ Es de una belleza increíble ! Pues bien, cuando uno se fija en él, es difícil tomar en serio el ruido de la materia, esa rueda infernal que rechina al triturar los cuerpos degenerados de los ignorantes.
En ese sentido, la ecología es una broma pesada que se juega al costo de los más ingenuos. Los ecologistas parten al combate, vilipendian y tratan de salvar a los bosques o a los animales en vías de extinción. Sin embargo, ¿ no es primordial salvarse uno mismo primeramente ? Si un individuo no tiene la sensación permanente de ser libre en todos los niveles, entonces al tratar desesperadamente de salvar lo que se encuentra a su exterior, se comporta de una forma histérica. Según mi punto de vista, ese tipo de individuo es dañino. Yo les sugiero salvarse a sí mismos en primer lugar y verán que después no hay nada más que salvar, que todo es perfecto y armonioso. Que se contenten con sentarse tranquilamente y cambiarse a sí mismos. Mientras un individuo no alcanza la paz, yo no le doy ninguna credibilidad en lo que se refiere a la salvación de este mundo.
Todo ese ruido inútil es provocado por eventos que, cuando uno los ve desde una perspectiva más sutil, no son en realidad de una importancia tan grande. Con nuestra inteligencia podríamos sobrevivir incluso en un planeta desprovisto de vegetación. Encontraríamos una solución en caso necesario. Los más virulentos de los ecologistas creen tener permiso a todo. Al tratar de salvar algunas focas, perturban por medio de su cólera no dominada el conjunto de la vida en el cosmos. Cuando el hombre apunta al sol con el dedo, el idiota mira el dedo. Salvo algunas excepciones, los humanos de hoy en día son todos completamente idiotas. Muchos me preguntarán si no he olvidado que también soy humano. « ¡ Muy poco » será mi respuesta. Yo no creo en la evolución pues no vengo del simio y por lo tanto no soy responsable de las acciones de todos los hombres que me han precedido. Yo no me identifico con nadie y es por eso que pienso de ese modo. Yo soy el Dios Viviente. Contrariamente a mis contemporáneos, no he olvidado mi verdadera naturaleza.
Yo soy tan poco humano que me es muy difícil aceptar la concepción absurda que el hombre desciende del simio. Yo la rechazo con todas mis fuerzas. No niego que mi cuerpo físico pueda tener un vínculo con los simios, mas tiene tanto en común con las plantas, las rocas, la tierra, el sol, etc. Entonces, ¿ qué es lo que tengo más en común con un simio que con el árbol de pino que crece en mi patio trasero ? Yo me contento de ser uno con el todo y eso me basta para comprender que soy el creador absoluto de todas las representaciones que mi consciencia percibe.
Cuando los hindúes dicen que la realidad es una ilusión no están totalmente equivocados. La realidad es como una película en la cual yo soy a la vez el productor, el camarógrafo, los actores e incluso el escenario. Al ser un dibujante de cómics me es fácil concebir aquello de esa forma. Tengo el hábito de poner todo en orden y de dar vida al conjunto. El único límite es mi imaginación.
Ya he dejado de contar el número de sueños en los cuales soy el observador de un film que se desarrolla a mi alrededor. Parezco ser invisible o un actor y eso representa con precisión mi vida cotidiana. Yo miro con sorpresa a todas esas personas que corren hacia su perdición, cuando solamente les bastaría con poner atención para notar mi presencia.
A cada instante, observo el ruido que mi persona emite. Rara vez me enojo, odio o me pongo triste. Me esfuerzo por dar la mano incluso a quienes me han lastimado. Sin perdonarles, me esfuerzo por comprenderles. Eso ya es mucho hacer pues los humanos necesitan comprensión más que perdón.
Me esfuerzo por no reaccionar ante aquellos que reaccionan. Nosotros ya estamos demasiado influenciados por el movimiento de los astros y otras fuerzas invisibles del universo; si además, nos dejamos descentrar por aquellos que se mueven en todas las direcciones como bolas de pinball, no llegaremos a ninguna parte. De ese modo, yo me esfuerzo lo más que puedo para evitar encontrarme entre las manos de esas personas frívolas que no se pertenecen a sí mismas y, si la colisión es inevitable, entonces me encabrito sólidamente sobre mis pies y les resisto con todas las fuerzas de mi ser. Sin embargo, eso no sucede a menudo ya que he aprendido que cuando el tigre pasa, siempre es mejor estar en otra parte.
Al desmaterializar el mundo, lo vuelvo inteligible y permanezco atento a lo invisible. Es de esa forma que puedo entrar en el Gran Silencio. Una claridad emana de mí, y ahí me encuentro en la posición privilegiada del hombre de poder. Ya no soy accesible mientras, al mismo tiempo, estoy completamente disponible puesto que ya no escucho el ruido infernal de este planeta sobreexcitado. Sentado confortablemente en el ahora original, me río ya que una felicidad permanente me inunda. La luz blanca me envuelve mientras me guarda en la claridad.
Vivir en la paradoja de la realidad física no es para nada fácil. Constantemente, la creencia popular en la materia viene a mofarse de mis intuiciones más profundas. Los humanos que me rodean se creen finitos, limitados por los años que pasarán en este planeta. Creen que la consciencia es una secreción del cerebro, están angustiados, tienen temor y su vida es absurda.
Sin embargo, yo les comprendo al pensar de ese modo puesto que, en efecto, la vida humana no tiene ningún sentido… a menos de darle uno. Desde muy joven he sabido darle un sentido a mi vida. He sabido resistir al movimiento irresistible hacia la cadena de montaje de la manufactura del consentimiento. No me he dejado penetrar por las vibraciones debilitantes y, hoy en día, me siento joven y libre ya que no dejo que el estrépito de mis contemporáneos me impida estar a la escucha de mi verdadera naturaleza. Los humanos se creen cristianos o budistas, pero ¿ por qué más bien no se convierten en Cristos o Budas ? ¿ Por qué tolerar a los intermediarios ? Se deben quemar los puentes, hay que abolir la creencia en la materia para el beneficio de una educación del ser que nos vuelva libres.
Deberíamos ir a la bancarrota como civilización para reconstruir sobre bases sólidas una nueva civilización en la cual, la fiesta y la inteligencia sean el centro de la comunidad. Una era inmaterialista en donde los científicos sean considerados como humoristas. En dicha civilización tendremos por fin el poder de enseñar a todos, desde la infancia, a entrar en permanencia en el Gran Silencio para que se vuelva el punto de referencia absoluto del cual sacaremos todas las acciones puestas en este mundo.
El ruido de la materia casi me ha vuelto loco. Hablo de eso en mis canciones y en mi poesía. Conozco la desesperación del dichoso que se asfixia en un mundo finito mientras él mismo se siente infinito. Hace mucho tiempo dije « ¡ No gracias ! » a las frivolidades del mundo moderno y emprendí un trabajo centrado en mí con el fin de cambiarme radicalmente. Mi vocación me ha permitido mirar el rumbo sin contar con el apoyo de otros para alentarme.
Yo no creo en la materia, no creo en la política, no creo en la religión ni en la moral. Pero creo en mí, en la comunidad, en la verdad, en la creación de sí mismo. Creo en el Gran Silencio que me mantiene centrado en lo esencial, que impide que el ruido de la materia me vuelva loco.
Extracto de El Gran Silencio