Extracto de El Gran Silencio
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A la edad de veinte y tres años, cuando terminaba mis estudios universitarios y me mudé a Montreal, me tomé algunos meses antes de decidir mi porvenir. Con una licenciatura en administración, ya tenía una iniciativa para lanzarme con todo dentro del mundo laboral, mas nuevamente mi intuición me hizo comprender que debía decir “¡No gracias!” a esta falsa facilidad que habría tenido por efecto el alejarme de mí mismo.
Al tener varios amigos dibujantes de cómics, sabía que existía una opción para aquellos que querían consagrarse a su arte: la asistencia social. No tenía ningún deseo de trabajar de forma convencional y tomé la decisión de solicitar mi debido derecho al gobierno. Lo obtuve y mi vida de artista comenzó oficialmente. Del mismo modo que el hecho de negarme a hablar, el negarme a trabajar me iba a poner en una posición privilegiada para encontrarme a mí mismo. Tuve que soportar una gran oposición de mi familia y de mis seres cercanos, pero había comprendido que ninguno de ellos sabía lo que implica ser un artista. Estaba entonces dispuesto a todo para afirmar mi deseo de ser totalmente un artista sin compromisos. Y bien, aquellos que no trabajan en nuestra sociedad no son bien vistos, son considerados como parásitos que viven a costa del estado. Eso es verdadero para muchos asistidos sociales, mas eso nunca se aplicó a mí. Siempre he considerado a la asistencia social como una asistencia financiera del gobierno que me permitió ejercer mi propia profesión: la de un artista.
Aún cuando aquello me puso en una posición privilegiada para conocer y cultivar mis dones de artista, también tuvo el mismo efecto que cuando dejé de hablar. Con el transcurso del los años, me aislaba más y más y mi desesperanza tuvo todo el tiempo para desarrollarse, claro que se trató de una desesperanza dichosa, pero de todas formas desesperanza. En efecto, tenía todo el tiempo del mundo, es decir veinticuatro horas al día, siete días por semana. Aquello habría enloquecido a muchos, mas no a mí. No es mi estilo el aburrirme y a lo largo de esos años permanecí muy productivo. Y bien, mientras más me aproximaba a mi centro, más me alejaba de los humanos. Aquello debía ser de esa manera ya que en lugar de lanzarme de pies y cabeza al mundo del trabajo, había decidido sentarme tranquilamente y aprender a pensar por mí mismo.
Al ser mis preocupaciones tan diferentes que las de la mayoría de la gente, comencé nuevamente a aislarme del mismo modo que lo hice en mi niñez. En mí, parece existir una alarma que me advierte cuando un fenómeno exterior trata de descentrarme. Esta alarma es defectuosa en la mayoría de las personas ya que prácticamente no conozco a nadie que haya escogido crearse a sí mismo antes de lanzarse al mundo laboral.
Yo veía a mi pareja salir a trabajar todos los días mientras yo me quedaba solo en casa, consciente de tomar un camino que la mayoría es incapaz de tomar: el camino del ser. Yo no lograba frasear mi deseo tan claramente con palabras, mas al leer mi diario de aquellos años decisivos, es evidente que buscaba una forma de liberación. Yo alcancé el clímax de ese proceso cuando comencé a escribir La Felicidad Absoluta. Me encontraba aislado, sin apoyo, tenía pocas relaciones y amigos, no tenía dinero ni trabajo, pero había logrado hacer nacer mi ser y crecía en mí el más precioso de los tesoros. Es entonces que tuve consciencia del Gran Silencio. Mi teléfono ya no sonaba, estaba solo y es dentro de esa indigencia total que realicé la experiencia consciente del Gran Silencio. Lo escuché ya que ninguna distracción me desvió de él. No tenía clientes a quienes satisfacer, nada que decir ni nada que hacer. Estaba lleno de inutilidad; el contexto ideal para sentir el Gran Silencio.
El Gran Silencio es un tsunami que hace ceder la represa del yo que está bajo presión y vuelve a la persona atenta al absoluto. Gracias a los psicodélicos ya había yo socavado las fundaciones que la sociedad y mis padres habían erigido para mí. Había subido hacia los metaprogramas y había desactivado el programa Nicolas Lehoux. El efecto principal de este gesto fue el de detener los movimientos incesantes de mi mente. Es al pacificar dicho nivel que fui capaz de escuchar al Gran Silencio resonar en mí. Esta paz de las profundidades es el signo de aquel que llegó a la cima de sí mismo y que ya no tiene nada más por hacer. Fui demasiado lejos y me era necesario regresar entre los humanos. Es así que instalé en mí el Gran Silencio y puse en marcha nuevamente mi persona. Había alcanzado el absoluto y ahora me era necesario volver al relativo para integrarlo.
Me fueron necesarios diez años de asistencia social para que el polvo recaiga y yo pueda finalmente despertarme. No habría podido concentrarme tanto en este proceso sin el apoyo monetario y el desapego que me lo permitió. Cuando escogí el programa de asistencia social a los veinte y cuatro años, nunca pensé que aquello me iba a aislar de todo a tal punto. Los jóvenes son rebeldes por naturaleza pero, a medida que envejecen, caen en la trampa del consumo y se vuelven esclavos. Yo tuve la inteligencia de decir “¡No gracias!” en el momento adecuado. Nunca me he arrepentido de eso ya que aquello me ha llevado al despertar y, ahora que estoy listo, puedo trabajar sin trabajar. De hecho, dejo que el trabajo se haga en mí. Me he tomado el tiempo de crearme y de ese modo, en lugar de servir a los otros, me sirvo a mí mismo de forma prioritaria.
Mucho antes de mi despertar espiritual a la edad de veinte y ocho años, ya sentía en mí ese silencio abismal. Eso se puede ver abundantemente en mi diario. Yo sentía el vacío profundo en mí y escuchaba a lo invisible hablarme. Sabía que era un visionario y estaba dispuesto a todo para manifestar mis visiones.
Me atreví a decir “¡No gracias!” a todo lo que parecía útil y normal para la sociedad. Dije “¡Sí!” a mi ser, a mi consciencia, a mi libertad para sentir que la energía me elevase hacia las cimas luminosas de lo que soy verdaderamente. Yo me permití decirme “Sí” y de decir “No” a todo lo que habría podido alejarme de mi esencia. Es por eso que estoy en paz conmigo mismo. Existe una gran claridad en mi vida y eso es propicio para el Gran Silencio.
Gracias a la asistencia social he sabido crear y favorecer mi inutilidad. A la larga, lo he logrado de forma tan exitosa que el mundo me ha olvidado. Me volví invisible ante los ojos de la mayoría. Sabiamente he apartado todas las distracciones, todos los falsos deseos, todas las obligaciones imaginarias. He debido asesinar mentalmente a todas las personas a mi alrededor para impedirles que me perjudiquen. He quemado los puentes detrás de mí para eliminar la posibilidad de volver sobre mis pasos. Eso me ha llevado a la liberación. Los he quemado conscientemente para que lo emocional de los humanos no me perturbe en mi búsqueda de lo esencial.
El mundo de los humanos es como una máquina deteriorada y un ser despierto no es un ingenuo. Puede jugar un rol pero nunca va a creer que todo eso es verdadero, ni que tiene la obligación de ser parte del juego. Es verdadero únicamente lo que es inmutable. El Gran Silencio es inmutable, siempre está ahí, muy presente y los días en los cuales ya no pienso que soy, sé que no me abandona. Me basta con centrarme de nuevo y decir “¡No gracias!” a todo lo que parece útil para la mayoría para volverlo a encontrar. Entonces, resuena de nuevo en mí y me inunda de luz sublime que me vuelve extático.
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Extracto de El Gran Silencio