Mi relación con los psicodélicos es íntima, sagrada, mítica, arquetípica.
Han contribuido a mi despertar dentro de una sociedad donde este estado de ser es ignorado por las masas, donde la santidad es vista como una enfermedad mental condenable al internamiento, donde el genio es reprimido para el provecho de un conformismo insípido y de una esclavitud moral. Yo estoy profundamente agradecido con ellos por haberme abierto la puerta al absoluto. Esta obra les rinde homenaje, y ojalá que pueda ayudarle a conocer mejor y a apreciar este manjar de los dioses.
Mi obsesión por los psicodélicos me ha llevado a comprender su esencia. Actualmente, estoy satisfecho y escribo con la seguridad de aquel que sabe. Lo psicodélico ha llegado a ser para mí algo mucho más profundo de lo que la mayoría dominante se imagina hoy en día, acerca de este tema. Yo deseo en esta obra dar testimonio de lo que Yo Soy. Haré lo imposible para hacerle ver mi verdadera naturaleza, mi mito: el Maestro Psicodélico.
El aparato manipulador plutocrático (del griego platus: riqueza; kratos: poder) se las ingenia, por medio de su incesante propaganda, para crear confusión en cuanto a los diversos tipos de drogas. Cuando se hace sobrentender que el LSD presenta los mismos peligros que el crack y la heroína, existe entonces un verdadero peligro de caer en la paranoia colectiva. Aquello provoca situaciones absurdas al transformar a los experimenta- dores honestos, en criminales. Es ese acto de desinformación, en sí mismo, criminal, inadmisible, intolerable. Es una forma de violencia perniciosa que ataca a nuestra confianza al sumirnos en la información falsa e intencionalmente desconcertante.
Nosotros podemos oponernos a dicha propaganda utilizando toda nuestra inteligencia y nuestra creatividad para transmitir, constantemente, ideas justas a la comunidad. Para encontrar la verdad, que se oculta allí, cual perla enterrada en una fosa séptica, es necesario ser temerario y tener el coraje de remar a contracorriente, a veces furiosamente, a veces desesperadamente, pero siempre con la certeza de estar dispuesto a todo para sentirla vibrar en cada uno.
Mientras yo continuaba con mi aprendizaje y mis experimentaciones, animaba también un grupo de discusión acerca de los psicodélicos, durante varios años, en diversos cafés y salones de té de Montreal, sin haber sido molestado ni perseguido. De esa forma, contribuí, en toda simpleza, a esclarecer a varias personas mientras al mismo tiempo desarrollaba mi pensamiento. Aquello forjó en mí la convicción que la comunidad psicodélica existe en verdad y que sería muy provechoso el organizarnos. Sería benéfico apagar la televisión y quemar los periódicos para que se encienda de nuevo en nosotros, la pantalla holográfica multidimensional, que nos permite comulgar con el universo y con todas las formas de existencia que lo habitan.
Los psicodélicos le vuelven a uno salvajemente creativo, favorecen el surgimiento de Visiones, enseñan a pensar por sí mismo y a cuestionar a la autoridad. Devuelven la sed de la verdad a aquellos que la han perdido y guían a aquellos que aún la buscan. Es por eso que no es sorprendente, que casi todos sean ilegales, en una civilización en la cual la moral, la política y la religión hacen la ley, en la cual la individualización comunitaria es reprimida violentamente, y en la cual el sistema en su conjunto es corrupto.
Pero no hay que temer, los psicodélicos van retomando inevitablemente su lugar en la nueva civilización armoniosa que estamos creando todos juntos ahora. El Maestro Psicodélico esta aquí para asegurarse de eso. Esta obra es mi manifiesto.
La psiquis es un poder enorme que sobrepasa inconmensurablemente a cualquier otro poder de la tierra.
– Carl Gustav Jung
Extracto de El Maestro Psicodelico