Extracto de La Felicidad Absoluta
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Casi no puedo contenerme. Olas intensas de alegría emergen de mí, amplificándose. Sin embargo, no tengo ningún motivo lógico para estar más feliz que habitualmente. Me dejo llevar, sin resistirme, por esta energía burbujeante que se esparce por todas partes a mi alrededor. No puedo dejar de notar que, sincrónicamente, muchas personas de mi medio viven una situación opuesta. Pienso que la mayoría de ellos son demasiado complacientes, piden consejos pero no escuchan realmente mis respuestas, solamente buscan distraerse y ubicar al mal en otro lugar. Yo siempre les trato con compasión pero sin piedad, y si persisten en bloquearme el paso, camino sobre ellos. Mantengo mi cabeza en alto y continúo mi camino. Que aquellos que quieran aprender de mí mantengan mi ritmo y yo les conduciré hacia su propia felicidad.
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Yo soy feliz sin ningún motivo. ¿Por qué habría necesidad de una razón para el ser? Siempre me sorprendo al constatar el asombro de la gente cuando yo afirmo que ese es mi estado habitual. El sufrimiento no es necesario para ir al cielo: yo ya me encuentro allí y sin embargo, nunca he sufrido. Yo soy normal incluso si soy minoritario. Mi felicidad me mantendrá en buena forma hasta los 105 años; de eso estoy convencido.
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Mi felicidad es absurda y aquello me hace reír. Prácticamente no poseo ningún bien material que, supuestamente, puede comprar la felicidad. Yo soy libre y eso me permite tomar riesgos ya que no tengo nada que perder. A veces tengo temor de caer en el vacío y, ya que eso nunca me ha sucedido, la mejor cosa por hacer es no pensar en eso y arremeter. Yo parezco despreocupado exteriormente pero, de hecho, soy yo quien piensa en todo, quien ha encontrado lo esencial. Hoy en día todo tiene que ser útil, rentable y eficaz, y no obstante, yo predico el ocio creativo y las aventuras amorosas intrépidas. Sí, francamente yo soy absurdo y feliz.
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Yo no me pierdo en las preocupaciones superficiales, yo me mantengo incesantemente concentrado en mi obra. Es así que de esta plataforma, de una estabilidad a prueba de todo, yo paso a través de los estados esquizofrénicos más inimaginables. A veces tengo algunos momentos de duda pero, siempre tengo esta felicidad indecible que me trae a la razón, que pone en mi camino todo lo que necesito para no tropezar y continuar mi trabajo de artista. Lo que me confiere esta estabilidad es mi vocación indefectible. El amor vuelve a traer a la vida a las personas que han tenido experiencias de muerte inminente. El amor es más verdadero y sólido que cualquier objeto. Mi amor por el arte es violentamente pasional. Compadezco a la persona que trate de interponerse entre yo y mi arte.
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Yo me esfuerzo por observar la belleza por doquier; siempre hay una hermosa curva o un color magnífico por admirar, por aquí y por allá. Es una danza, la belleza me transporta inevitablemente hacia estados sublimes del ser, lo cual me conmueve profundamente. De ese modo, por medio del hábito, incluso las personas más feas me ofrecen un pequeño detalle para admirar y yo me embriago perpetuamente de esta belleza que torna a mi alrededor. Aquello me lleva a apreciar la belleza más sutil, a la que no puedo ver con mis ojos, a la que siento vibrar en mí como una sinfonía. En ese nivel prácticamente no existe diferencia entre la música, los colores, las formas; todo es vibración. El comprender que esta belleza emana de mí me sumerge en el éxtasis.
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El sufrimiento no es para mí una prueba de experiencia. Opuestamente, el sufrimiento embota mis percepciones, las oscurece alejándome de la luz. Cuando alguien asegura que el sufrimiento brinda sabiduría, que porque yo nunca he sufrido no puedo comprender la vida, yo me lanzo sobre esa persona sin piedad. ¿Desde cuándo pueden las víctimas enseñar a los guerreros como llevar su vida? Yo soy armonioso y no tengo que sufrir porque siempre estoy en el lugar correcto y en el momento adecuado. Debido a que yo nunca he sufrido yo presumo ser el profesor, mi ejemplo debería ser citado. La era de las víctimas se terminó, y no dejaré que tomen mi lugar ni que me dicten mi conducta.
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Una persona feliz compensa energéticamente por miles de personas que sufren. Un Cristo o un Buda compensan por millones de personas. Al ser feliz, yo tengo la íntima convicción de contribuir al bienestar de este planeta, de hacer mi parte. Son los más infelices los que me reprochan mi indiferencia ante el sufrimiento y la miseria. Aunque algunos de ellos se alborotan patéticamente por causas humanitarias, no se dan cuenta que sus vibraciones afectan al mundo y perpetúan el sufrimiento. Aquí no me refiero solamente al sufrimiento de las personas, sino también al de las plantas, de los animales, del agua, del cosmos, etc. En una sociedad materialista es ingrato trabajar directamente en los niveles más sutiles de la realidad ya que pocos se dan cuenta de este trabajo y saben apreciarlo. Es sin embargo, la forma más eficaz de energizar la conciencia colectiva. Yo ya no escucho a los políticos, sino más bien presto atención a los maestros espirituales, a los sabios, a los místicos. Yo formo parte de una hermandad de iniciados; mi impacto es masivo y durable. De ese modo, no es necesario que me desplace para hacer felices a las personas. Yo puedo despertar su Ser a distancia pues, en el nivel absoluto no existe la distancia, todo reside en la intención. Mi intención es clara; ser lo más feliz posible y provocar una epidemia de Felicidad Absoluta a mi alrededor.
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El odio es una emoción que no quiero soportar ni tolerar. Yo solamente puedo ser benéfico para todos en el amor incondicional y, en definitiva, en la Felicidad Absoluta. El odio, como el amor, genera una energía palpable que da forma al mundo que me rodea. Yo no recuerdo haber odiado a nadie en mi vida, sin embargo, he sentido el odio que algunos han dirigido hacia mí, he visto a esas personas venir a molestarme en mis sueños, como si no fuera suficiente el hacerlo en la realidad física. Yo no lo tomo como algo personal ya que sé que es a sí mismos que se odian y se sirven de mí como de un espejo. Mi intención es impecable, es por eso que no sufro de ese odio ya que me es impersonal. A pesar de eso, he sentido el poder generado por el odio y he imaginado el efecto que puede tener sobre alguien que no se encuentra en estado de despertar. De todas formas, eso regresa inevitablemente a la persona que genera el odio, puesto que pone en marcha una máquina infernal que no se parará sino hasta después de que la persona haya comprendido que ha caído en la trampa de su propio juego. Yo me doy cuenta que mientras más amor incondicional les doy, menos su odio tiene efecto sobre mí. Eso no les impide de odiar pero al menos no amplifica la vibración negativa y yo veo rápidamente la realidad conspirar intensamente contra esos ignorantes que creen tener permiso para todo.
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Yo me encuentro en tal estado de felicidad que me da vértigo. Mi sueño está lleno de claridad y casi no puedo dormir ya que estoy muy despierto. Aquello continúa a amplificarse desde hace algunos días. Yo me encuentro tan cerca de mí mismo que es sublime. Yo opero el milagro; mi creatividad se encuentra en su máxima capacidad y mi sed de vivir está en su apogeo. Es verdad que escribir un libro acerca de la Felicidad Absoluta es ciertamente la mejor forma de intensificar este estado. Yo pienso en la felicidad más que antes, escruto mi vida en búsqueda de anécdotas. Siento que el libro ya existe en mí, que me basta con permanecer atento para captar esta lluvia de armónicos que vuelven mágica mi vida. Yo no estoy solo en esta aventura. Cada ola de felicidad está acompañada de sincronicidades fulgurantes. Yo atraigo hacia mí otras personas que experimentan lo mismo, los veo también en mis sueños. Aquello nos sucede presentemente ya que somos de la misma familia de almas; me basta con aumentar la intensidad para que todos sientan los efectos benéficos. Las partes más sutiles de mi ser se cruzan con aquellas de mis amigos de esencia y repelen a quienes no lo son y que se lanzan hacia mí como una mariposa a una llama, sin comprender el peligro que les acecha. Yo soy sabio más allá de toda medida, de un poder infinito.
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Extracto de La Felicidad Absoluta